IBAH,
CALIFATO DE
Dominios de Omuth
El Califa Yassir Abbad, Príncipe Verdadero, esclavo de Omuth.
Capital: Libah (25.000)
Población: ¿300.000?
Etnos: 80 % alinos, 20 % zarkos
Recursos: Especias, gemas, tintes, esclavos, agua.
Idiomas: Alino, zarko.
El Califato de Libah fue fundado por la antigua casta muyadim procedente de
Ala’i, en el año 389 DS, cuando la religión shainita llevaba mil años dominando
el desierto. Durante muchos años hizo sombra al Califato de Mirra y se disputó
el dominio religioso de Ala’i durante cinco siglos, hasta que fue dominado por
los jinetes zarkos, que desde entonces tienen controlado el califato con mano de
hierro, ejerciendo de señores de la guerra en los territorios del desierto
rocoso del sur y en las tierras de las Cataratas del Destino del norte.
El califato es una zona muy desértica en su mayor parte. El Desierto de las
Dunas da paso a un pedregal sin agua y sin vida en el que es imposible
sobrevivir. Las extensiones sin sombra son largas y van a parar a valles de
piedras y zonas rocosas horadadas en las montañas por los vientos del desierto.
Son comunes las tormentas de polvo, sobre todo en invierno, muy peligrosas para
las caravanas. Sin embargo no todo es muerte en estas tierras, pues bajo la
apariencia rocosa del desierto existen cuevas y túneles por donde discurren ríos
subterráneos. Aunque no existe ni un solo oasis en todo el califato, si se
conocen cuevas secretas y pozos cavernosos que llegan hasta el agua de los ríos
ocultos. En la costa, que apenas cuenta con playas pues casi todo son altísimos
acantilados que dan directamente al desierto, los ríos rematan en altísimas
cataratas que caen directamente sobre el mar, las llamadas Cataratas del
Destino.
Así pues, tanto en la costa como alrededor de los pozos conocidos hay numerosas
poblaciones de alinos que disfrutan de una cantidad de agua bastante superior
que en Ala’i. Las casas suelen estar prácticamente bajo tierra, en los entrantes
cavernosos o incluso en enormes pueblos colgantes en paredes de piedra. Los
zarkos, desde que dominan estas tierras, han construído algunas pequeñas
fortalezas amuralladas en cumbres o puntos de paso, para poder así controlar
todo cuanto pasa en sus dominios. Aunque permiten la religión shainita, su
dominio en estas tierras suele ser tiránico y duro.
Hay varias peculiaridades de las cuevas de Libah que las hacen especialmente
maravillosas. Una son las gemas que se pueden encontrar en sus profundidades, la
otra es que en sus entradas crecen plantas aromáticas de canela y clavo, cuyas
especias son muy preciadas. Ya antaño los propios alinos poseían minas de gemas
y controlaban la producción de especias en los pueblos cercanos a Libah, pero
desde el dominio zarko muchos de los esclavos capturados en las muchas guerras
que este belicoso pueblo mantiene en todos los Mares Tranquilos acaban en las
minas de Libah.
En la costa hay algunas aldeas de pescadores y recolectores de conchas de las
que se extraen tintes, la tercera riqueza del califato.
Todas estas maravillas naturales habían conseguido atraer a numerosas gentes
hasta esta zona, que aparentemente es la más árida de Ankay. La ciudad de Libah
creció alrededor de los Seis Pozos, un enorme lago subterráneo que fue horadado
por los alinos, sobre el que levantaron el Palacio del Agua, con sus famosos
jardines y fuentes, donde hoy en día reside el Califa, que juró obediencia a
Omuth –lo que muchos alinos consideran una herejía y un insulto imperdonable-.
En las cuevas que dan al Mar de Sargos, cerca de las Cataratas del Destino, los
zarkos ocultan sus pequeños barcos, con los que surcan los mares en verano
arrasando todo lo que pueden. En el desierto se pueden encontrar numerosos
jinetes zarkos encargados de mantener el dominio militar en Libah, guarniciones
en las fortalezas que se encargan de estar bien comunicadas entre si por un
sistema de espejos ideado, dicen, por el propio Omuth. Periódicamente los
señores de la guerra zarkos realizan incursiones en el desierto para cazar
criaturas y alimañas, limpiar las rutas de ladrones de agua y bandidos o dar
muerte a cualquiera con quien se crucen.
(típico paisaje de Libah)